domingo

Carta al almirante Daniels

En Funchal, el 30 de diciembre de 1807. A bordo de la HMS Circe.

Querido padre:
Le escribo desde la cabina de mi fragata, fondeada en el puerto de Funchal, el cual fue tomado, junto al resto de la isla, recientemente.
Después de que hayan desembarcado los regimientos de infantería que mantend
rán la posición a lo largo de la guerra, sir Hood ha ordenado que nos mantengamos en la zona un par de días más, a la espera de que aparezcan enemigos en el horizonte, lo que es poco probable.

Esta carta es para comunicarle que en cuanto volvamos a Inglaterra, que no será tarde, visitaré Bedford para celebrar tanto con usted como mi querida madre estas fiestas que me han tenido lejos de mis seres más queridos.
Aunque siempre e
s agradable encontrarse en alta mar, uno no puedo evitar pensar en los suyos y echar en falta su compañía.

Ahora que hay poca actividad, dedico los días a pasear por la ciudad, con sus habitante tan amables con nosotros como siempre, y disfrutando de algún néctar muy típico de la zona en compañía (cuando su tiempo lo permite) del teniente James. Que no le queda duda, señor, de que a mi regreso estaré acompañado por una o varias de estas magníficas botellas para completar su ya bien servida bodega.

En cuanto a lo demás, según nos han informado, Francia, no contenta con disponer de una potente fuerza
armada en Lisboa, prepara su entrada a través de los Pirineos con una nueva fuerza expedicionaria ante la pasividad manifiesta de los españoles, sorprendentemente dóciles dadas las circunstancias.
No cabe duda de que se está creando un nuevo frente, y aunque los buques de Su Majestad dominan los océanos, en el continente 'Boney' aún sigue intratable e infundiendo temor allá dónde pisan sus casacas azules.

De todos modos espero poder hablar de todo esto con usted, si tiene la amabilidad, alrededor de una mesa en Bedford, donde espero llegar a lo más tardar en una semana.
Se despide por tanto enviándole el más afectuoso de los abrazos (extensible a mi madre pero en forma de beso).

Capitán Daniels

miércoles

Victoria en Funchal

Frente a Funchal. El 26 de diciembre de 1807. A bordo de la HMS Circe.

Tal como esperábamos la resistencia de las islas ha sido nula.
Después de reunirme ayer por la noche en la cabina del Centaur con el resto de capitanes de la escuadra, establecimos la estrategia para atacar Funchal y desembarcar las tropas del general Beresford.
Sin embargo, pocos pudimos evitar la sensación de manifiesta tranquilidad al saber todos los presentes que los portugueses no tratarían de defenderse y que cumplirían con el trámite de arriar la bandera antes de recibirnos con los brazos abiertos.
Incluso el capitán Worsley, del Intrepid, no paró de contar chistes, algunos de pésimo mal gusto, sobre las fuerzas lusas (sus mejillas estaban más coloradas de lo habitual), hasta que sir Hood se vio en la obligación de amonestarle verbalmente, lo que provocó que el aludido enrojeciera aún más, lo que parecía imposible, y brindáramos por la victoria en un ambiente tenso.

En la mañana de hoy, las fragatas fondeamos a un cable de distancia del fuerte de Santiago, cuyas bocas de fuego, temibles, se mantuvieron en silencio, y nos limitamos a ser testigos de cómo el capitán Webley desembarcaba en su falúa como emisario para solicitar una rendición que se produjo prácticamente antes de que pisara tierra.
Desde el alcázar pude ver el aspecto de nuestra flota, engrandecida por una ciudad que parecía encogerse ante la visión de los costados de nuestras baterías, con el olor de las mechas encendidas impregnándolo todo y los oficiales con nuestras mejores galas, magníficos, en contraste con los torsos sudorosos de los hombres a los cañones y el rojo escarlata de los infantes poblando las cofas.

Como siempre que ocurre en estas circunstancias, tengo una sensación agridulce, ya que por un lado es una lástima el no haber podido entablar combate y poder oír a cientos de cañones disparando al unísono, pero por el otro no cabe duda de que es preferible conseguir una victoria sin que una sola vida comience su particular singladura por el Aqueronte.
Por lo que en resumidas cuentas nos podemos dar por satisfechos al haber cumplido nuestra misión, ya que las Madeira forman parte de la Corona de Su Majestad con todos los barcos y hombres intactos.

Ahora, dejaré de escribir, ya que sir Hood recibirá a los oficiales en su cabina, y según parece organizará un banquete en tierra para celebrar no sólo la victoria, sino también la Navidad, ya que dados los preparativos del combate no ha habido tiempo de disfrutar de estas fechas tan significativas.
De todos modos, el pasado lunes sí pude reunirme con James, y ambos brindamos por nosotros y nuestros seres queridos, allá en Inglaterra y a los que envió mis mejores deseos desde mi corazón y pensamiento.

viernes

¿Despedida?

En la HMS Circe, el 21 de diciembre de 2007. En la mar.

La vida es como la mar. Nunca me cansaré de repetirlo.
Un día te encuentras con que el viento es favorable, tu barco navega a una velocidad plenamente satisfactoria y ni un solo cabo o trozo de paño en la jarcia corre el riesgo de saltar por los aires.
Sin embargo a veces, en cuestión de segundos, una inesperada racha, arrecife mal marcado en las cartas o un trozo de hielo que el vigía no había visto hasta que ya es demasiado tarde convierten la mejor singladura en un auténtico infierno sobre la cubierta.

Algo parecido me ha ocurrido a mí.
Antes de ayer me alegraba por haber disfrutado de una cena junto a mis amigos, con buena conversación y vino, y hoy, pocas horas después y con la escuadra de Hood rumbo a Funchal, me encuentro lleno de pesar, con pocas ganas de tomar el aire en cubierta y optando por encerrarme en la cabina para rumiar mis penas.

Ayer, con señal en el Centaur de levar anclas, desde el alcázar el señor Byron me avisó de que se acercaba un pequeño bote por la aleta con sus tripulantes remando a una velocidad admirable y con un joven haciendo equilibrios para mantenerse en pie con acierto mientras hacía gestos con los brazos para advertir de que portaba un mensaje.
Por supuesto no detuvimos las maniobras, aunque sí di permiso para que se abordara con la fragata. El propio joven trepó cual araña por la escala, entregó la carta y se marchó a una velocidad que se ganó la aprobatoria mirada de todos los que nos encontrábamos en ese momento en el alcázar.

Hasta que no dejamos muy atrás la isla de Wight, no me senté en mi escritorio para leer la carta, arrugada, que guardé en mi bolsillo, y después de la cuarta o quinta vez que mis ojos repasaron cada línea de la breve misiva fui capaz de asumir su significado.

Escribiré literalmente la carta aquí.

A la atención del capitán Vincent Daniels.Señor, siento comunicarle que a partir de que haya leído esta carta no quiero tener más contactos con usted. Las razones son muchas, pero no es este el medio ni la situación donde deba darlas, y tras valorarlo detenidamente, he llegado a la conclusión de que no creo que sea posible que nuestros respectivos destinos puedan ir de la mano, al menos de momento.
Sin más se despide
Lively Caster. En Plymouth.

miércoles

John James

En Portsmouth, el 19 de diciembre de 1804. A bordo de la HMS Circe.

Me duele la cabeza pero estoy satisfecho, muy satisfecho, después de haber pasado una noche muy amena en compañía de Lively y algunos amigos.

Los trabajos a bordo están ya finiquitados, y la fragata está lista para zarpar en cuanto suba la marea, rumbo a Funchal, junto a la flota de sir Samuel Hood, insignia en el Centaur, de 74 cañones.
Cierto es que el espectáculo desde el alcázar es simplemente magnífico, y no puede dejar de maravillar a nadie la visión de una escuadra armada y lista para entablar combate.
Junto a mi Circe y el Centaur, navegarán los también 74 York y Captain (¡qué gran navío y qué gran historia!), además de las fragatas Africaine, Alceste y Shannon. A la altura de Plymouth nos reuniremos con el Intrepid, de 64, y la fragata Success, todos escoltando los transportes cargados de los 'langostas' para tomar las islas ahora mismo en poder (al menos nominalmente) de los franceses.

Lo mejor de todo, sin duda, es que a bordo del Captain navega como primer oficial mi gran amigo el teniente James.
Fue una completa satisfacción reencontrarme con él, y apenas había echado el ancla el 74 en Spithead su lancha se acercó a la fragata con John a bordo.
Después de invitarle a una copa de clarete en la cabina, nos citamos a la noche para disfrutar de una cena en mi propia fragata.

A pesar de que pocas veces tenemos la ocasión de encontrarnos James y yo al ser nuestros destinos bien diferentes, aún tengo en mente que al margen de haber sido un excelente primer oficial en los buques que he tenido a mi mando, es buen amigo, de esos que se acuerdan de enviar una carta para interesarse por ti cuando los demás sólo lo hacen cuando hay bebida o comida de por medio.

La cena estuvo a la altura de las circunstancias, y contamos con la compañía de antiguos compañeros de tripulación como el sargento de infantes de marina Anthony Basket, el oficial de derrota John Draw y el contador David Davies. La comida fue buena, el postre mejor (una deliciosa tarta enviada por Lively y que ha soportado con acierto los golpes de su viaje desde Plymouth), y como broche una partida de whist regada con vino, mucho vino, quizás demasiado y principal causante de que el dolor de cabeza de algún martillazo cada pocos minutos.

Pero sin duda ha merecido realmente la pena, y estoy seguro que el viaje hasta Funchal será bastante ameno contando con la presencia de James y compañía.
Una buena forma, en definitiva, de paliar el dolor que supone pasar las próximas fiestas navideñas lejos de Lively.

viernes

En Londres con Lively

En Wood Fields, el 14 de diciembre de 1807. Portsmouth

Me encuentro en mi casa después de una amena semana en Londres, en compañía de mi querida Lively y disfrutando de unos merecidos días de descanso tras mi misión frente a las costas de Portugal.
Viajé a la capital para informar en el Almirantazgo de todo lo ocurrido frente a la costa lusa (la escolta hacia Brasil de la familia real, la toma de la capital por parte de los franceses y el apresamiento de los buques rusos de Seniavin).
Aproveché que Lively se encontraba en Londres junto a su padre y su familia para tomar unos días de relax, previo permiso, los cuales fueron bastante gratos para mí.

Hemos comido y bebido bien (quizás demasiado), con visitas a lugares de gran interés, como el puente de Londres, los alrededores de Greenwich (uno de mis 'rincones' favoritos), los diferentes fondeaderos con buques de todo tipo y porte, monumentos de interés como las iglesias medievales y alguna que otra representación teatral donde disfruté como pocas veces lo he hecho en la vida, sorprendido de que haya algo que me pueda interesar más que el ser testigo de una buena andanada.

Concretamente fue una obra a la cual no quería asistir en un principio al considerarla completamente aburrida, ya que no se trata de una representación dramática, sino más bien de lecturas de cámara.
Sin embargo Lively puso mucho empeño e interés en asistir, y dado que a causa de mis viajes nos vemos relativamente poco, finalmente opté por ceder, y reconozco que salí realmente entusiasmado, recitando torpemente algunos de los versos que oí mientras paseábamos de camino a la residencia de los Caster de la capital.

También fue muy interesante nuestra visita a la Torre de Londres, donde dedicamos especial atención a la casa de fieras, donde disfrutamos con los leones que allí se encuentran y que nos observaban en todo momento con ojos que inspiraban respeto.
Eso sí, a punto estuvo de ocurrir un grave incidente, porque Lively, gran amante de todo lo que se parezca a un gato, por muy largos y peligrosos que sean sus colmillos, tuvo la osadía de acercarse demasiado a uno de los animales que, a la velocidad del rayo, desgarró parte de su vestido, no llegando a la carne de milagro.
Me dejé llevar por la ira, e incluso llegué a sacar mi sable de la vaina, y con el grito de guerra que uso a la hora de saltar a la cubierta enemiga, busqué la forma de entrar en la jaula, aunque los cuidadores que allí se encontraban y algún que otro espontáneo me sujetaron con poca ceremonia mientras Lively me lanzaba una mirada llena de amonestación.

Gracias a dios fue sólo un susto, y aunque durante una hora larga apenas hablamos y ella se mostró más silenciosa que de costumbre, la visión del sol ocultándose teñido de rojo más allá del parque que rodea Greenwich suavizó su gesto, y llegamos a casa cogidos del brazo y charlando amigablemente.

Ahora, de vuelta a Wood Fields, aprovecho la soledad de mi casa para escribir estas líneas y reflexionar sobre mi nefasta situación económica, ya que mi estancia en Londres ha agotado de forma alarmante el peso de mi bolsa.
Necesito encontrar la forma de que mi dinero crezca, pero no creo que haya posibilidades y menos con la misión que se avecina, ya que, según parece, se está preparando una escuadra para dirigirse a las islas Madeira y conquistarlas ahora que Francia se ha adueñado de Portugal y, presumiblemente, sus dominios.
Todo parece indicar que la Circe será una de las fragatas que acompañe la expedición que contará con navíos de línea y un fuerte contingente de tierra.

De momento no tengo órdenes concretas, aunque sí me han instado a tener la fragata lista para zarpar en una semana aproximadamente, lo que concuerda con la posible marcha sobre Funchal.
Será cuestión de ser paciente y esperar a que se vayan sucediendo los acontecimientos.

sábado

La escuadra de Seniavin

En la HMS Circe. El 7 de diciembre de 1807. Cerca de el cabo Finisterre.

En estos momentos la fragata navega con viento por la aleta, con prácticamente toda la vela en los palos y a una velocidad considerable.
Ayer abandonamos la escuadra de sir Sidney, frente a Portugal, con los navíos rusos a buen recaudo y con la orden de dirigirnos a Portsmouth para comunicar nuestra captura a los mandos del puerto.

Pero no quiero adelantar acontecimientos.
El pasado lunes, poco después de salir del Tajo y buscando la estela de nuestra escuadra y la portuguesa, avistamos una vela en el horizonte y nos acercamos para comprobar de qué flota se trataba.
Nuestra sorpresa fue mayúscula al comprobar en el tope de uno de los navíos el pabellón ruso, y al no estar muy clara la situación política entre ambas naciones (sobre el papel estamos en guerra), estrechamos distancias para comprobar su reacción.

Con tu torpeza habitual los rusos comenzaron a trepar por los obenques y a desplegar lona para ir en nuestra caza, y desde la proa de una de las embarcaciones (contamos diez) un disparo muy mal dirigido de aviso confirmó todas mis sospechas, por lo que haciendo oídos sordos viramos en redondo para advertir a nuestra escuadra.

Uno de las embarcaciones, de un porte similar a la Circe, trató de alcanzarnos, pero nuestro barco, dada su posición y con el viento soplando del suroeste en ese momento, no tenía rival, por lo que pronto desaparecieron sus juanetes más allá del horizonte.
A una velocidad superior a los doce nudos, nos adentramos en el atlántico, y en menos de un día vimos la silueta del Conqueror, que cerraba la larga y lenta formación británico-lusitana.
Tras remontar la larga hilera de barcos, con algunos de ellos saludándonos alegremente al creer que llevábamos correo con la posterior decepción al comunicarles que nos dirigíamos directamente a la posición que ocupaba el buque insignia Hibernia, nos limitamos a informar de alcázar a alcázar (no había un minuto que perder) la situación de los rusos.

Con el barómetro bajando a toda prisa, la eficacia de nuestra armada quedó manifiesta dada la velocidad con que Sir Sidney distribuyó la orden de despachar el Marlborough, el London y el Bedford en labores de escolta de la familia real portuguesa hasta Brasil, y mandar al resto de la flota virar para volver al Tajo con la Circe comandando la línea.

Habría dado media paga por ver la cara de los rusos al asomar nuestras vergas, ya que según el tratado de Tilsit ambas naciones nos encontramos aún en guerra, y para nuestra decepción, con redoble de zafarrancho a bordo y todos nuestros hombres listos para el combate, nuestros enemigos se limitaron a arriar la bandera sin disparar un solo cañón.
Una vez rendidos, se nos ordenó volver a Inglaterra para informar de la situación y esperar nuevas órdenes.

Con la satisfacción del deber cumplido, al menos me alegra saber que podré aprovechar nuestra arribada a Spithead para tomar una silla de posta a Londres, donde podré encontrarme con mi querida Lively y así disfrutar de algunos días de asueto antes de volver a la mar (dios mediante).
Estoy seguro que para ella será la mayor de las sorpresas al creerme a muchas millas náuticas de distancia.

lunes

Cae Lisboa

En la HMS Circe, el 3 de diciembre de 1807. Frente a la costa portuguesa.

La fragata se mantiene en facha con Portugal a sotavento. Sopla un suave viento del sureste, y la tranquilidad a bordo es total bajo un cielo azul muy limpio y un mar con olas delicadas que nos mecen suavemente.

Después de que el último barco mercante abandonara el estuario del Tajo, comenzó la lenta marcha hacia las costas de Brasil, a muchísimas millas aún, aunque a mi barco, desde el buque insignia, se le ordenó mantener la posición y adentrarse en el río para comprobar si las tropas del general Junot habían entrado ya en la capital portuguesa.
A bordo del cúter, gobernado por un servidor y con mis mejores hombres a bordo, remontamos el Tajo, con buen viento del sureste, y disfrutando brevemente de sus suaves colinas verdes y el agua rizada que rozaba delicada el casco.

Y digo brevemente porque pronto nuestro ánimo fue decayendo conforme filas y filas de personas comenzaban a viajar hacia el sur, algunos de ellos pidiendo auxilio a voz en grito, y con columnas de humo negras que asomaban a pocas leguas y que anunciaban que las tropas de Napoleón ya se encontraban a buen seguro en la capital.
No fue agradable el vernos obligados a amenazar con nuestra pistolas a los pobres desdichados que intentaban subir a bordo a la fuerza para huir de la guerra, e incluso tuve que disparar al aire para acabar con la esperanza de los rostros morenos y asustados que nos observaban desde el agua con gesto de incomprensión.

A pesar de que comenzaba a ser evidente la situación, arriesgué y seguimos avanzando hasta ver emerger las murallas de Lisboa, con el fuerte de San Jorge en primera instancia controlando el río.
Apenas pude distinguir los colores de la bandera francesa ondeando cuando un potente estampido nos sobrecogió a todos a la vez que el agua nos rociaba la cara después de que se levantase una columna de espuma a pocos pies de la amura de babor.
Mis hombres demostraron su valía virando por avante e incluso ordené tomar los remos para aumentar la velocidad en algún nudo mientras las baterías del fuerte seguían resonando a popa pero con la tranquilidad de que estaba convencido de estar lejos de su alcance.

Con el catalejo pude observar los uniformes azules poblar el fuerte, e incluso un numeroso grupo de jinetes galopó a nuestra altura lanzando algunos disparos que por supuesto no llegaban hasta nosotros, aunque varios de mis hombres respondieron al fuego sin que se causaran bajas ni de un lado ni del otro.
De este modo, fuimos dejándolos atrás hasta que regresaron a la ciudad.

De nuevo en la fragata, he considerado oportuno mantener la posición antes de poner rumbo oeste en busca de la escuadra de sir Sidney, que al ritmo que va estoy seguro que no nos costará alcanzarla a pesar de que el paño se mueve vago en la jarcia.
Sin embargo, el barómetro empieza a bajar, y la Circe no tendrá problemas en alcanzarla al andar muy bien de ceñida.


Ahora tengo que dejar de escribir, mi primer teniente acaba de enviarme un guardamarina para informar que algunas velas asoman por el sur.
Será mejor que vaya a comprobar en persona su procedencia, ya que mis informes no señalan la presencia de una flota aliada por estas aguas que no sea la nuestra, la cual debe de encontrarse a bastantes millas de aquí.