lunes

La Apropos

En la HMS Circe, el 17 de marzo de 1808. Cerca del puerto de El Ferrol.

Hace tiempo que no tenía la energía suficiente para volver a escribir en una de las páginas de mi diario.
Un enfriamiento, un fuerte enfriamiento, casi acaba conmigo, y aunque ya estoy teóricamente recuperado, aún noto que me fallan las fuerzas, y realizar cualquier tarea supone un trabajo extra que me agota en minutos.
Este contratiempo en forma de enfermedad llegó en el peor momento, cuando habíamos zarpado de Pompey para llevar al señor Oliver al Ferrol.
En la primera noche ya comencé a sufrir mareos, y el cirujano me ordenó reposo absoluto para evitar males mayores.
Sin embargo no le hice caso, ya que se acercaba una situación delicada al tener que desembarcar a nuestro pasajero lo más cerca posible de su destino, y con el capote del mal tiempo y Vicenzo a mi diestra en el alcázar siempre con una taza de té bien caliente en la mano, me dispuse a realizar mi misión.

Pero no me esperaba lo que nos íbamos a encontrar en nuestro acercamiento a la costa.

Oliver decidió que el mejor lugar para desembarcar era en las inmediaciones del puerto de Viveiro, y en la lancha se dispuso a abandonarnos una vez más.
Pero apenas estaba a dos cables de la fragata, observé incrédulo (llegué a pensar que era por la fiebre) cómo la pequeña embarcación viraba y volvía sobre su estela.
El teniente Evans, a la caña, subió como un gato por el costado de la fragata y me informó sin poder ocultar su entusiasmo que un barco de pequeño porte, posiblemente una goleta, se encontraba en el puerto gallego enarbolando pabellón francés.
Sin perder un minuto, ordené zafarrancho y nos dispusimos para el ataque, con el señor Oliver con gesto contrariado al toparse con un nuevo obstáculo en sus planes.

Fuimos recibidos por fuego de baterías de dos pequeños fuertes: el de la derecha con ocho cañones de 24 libras, y el de la izquierda otros cinco del mismo calibre.
Ya que para la fragata resultaba imposible mantener a raya ambos frentes, ordené sendas partidas para neutralizarlos, maldiciéndome por estar demasiado débil para tomar mi sable y encabezar una de las expediciones.
El teniente Evans se dirigió al de la izquierda, y el teniente de infantes de marina Basket al de la derecha, con nuestra batería disparando sobre el primer fuerte, en teoría el de mayor potencia.

Ambas lanchas llegaron a su destino. Basket y sus hombres, no sin esfuerzo, lograron adentrarse en el fortín, y tras dura lucha lograron silenciar sus cañones, acabando con los españoles, que se batieron en retirada tras haber defendido por encima de sus posibilidades la posición.
El teniente no tuvo tanta fortuna, ya que su desembarco no fue sencillo dada la oscuridad de la noche y el fuego de mosquetes que llegaba desde las alturas. Finalmente optó por dar media vuelta y volver a la fragata, que con el otro fuerte ya silenciado lograba mantener a raya el que quedaba en pie, con sus cañones disparando a cada minuto con menor precisión y entusiasmo.

Era el momento de enviar al primer oficial Lawyer, que se ofreció voluntario, a abordar el barco francés, y allá fue con unos cuarenta hombres y en compañía del segundo del piloto, el señor Blond.
Fueron recibidos con hostilidad desde la cubierta francesa, con una fiera resistencia al contar con 70 franceses armados que no pudieron evitar el asalto de mis hombres.
Desde mi posición podía distinguir la cruda lucha a bordo, y a cada destello de luz de las detonaciones de los mosquetes y pistolas veía a unos y otros caer.
Después de hacer suyo el fuerte, el teniente Basket y sus hombres volvieron a la lancha y a bogar con frío para socorrer a sus compañeros, pero no llegarían a tiempo.

Cuando parecía que el buque sería nuestro, una potente explosión nos sobresaltó a todos, y una enorme columna de fuego se extendió como un géiser infernal que casi me hizo caer dado mi débil estado.
El navío francés se fue al fondo al instante, y para mi horror con buena parte de mis hombres a bordo. Hasta el fuego del fortín se detuvo y no volvió a reanudarse.

Según me relataron los supervivientes, los oficiales franceses de la goleta, de nombre Apropos y montando ocho carronadas de 12 libras, optaron por incendiar el barco al tener información importante en forma de despachos.
El balance en ambas partes ha sido trágico, ya que por nuestra parte murieron veinte hombres, quedando muy heridos también Blond y Lawyer.
Por parte francesa rescatamos a los pocos que no quedaron afectados por la explosión, apenas una decena.
Este hecho trágico, sumado a mi enfermedad, me ha tenido delirando en el coy tres días, por lo que ha sido el teniente Evans el encargado de llevar cerca de Ferrol al señor Oliver, que se despidió de mí en lo que parecía un sueño.

Hoy me encuentro mejor, he paseado por el alcázar, saludando a mis hombres, muy abatidos por la pérdida de compañeros, y he visitado en la enfermería a Blond y Lawyer, que se recuperan felizmente y a los que propondré ascender en mi informe.
Esta noche nos acercaremos a la costa, pues es la primera cita con Oliver.
Creo que ya hemos tenido contratiempos suficientes en este viaje, por lo que espero que no haya más sorpresas desagradables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hiela la sangre pensar en la explosión.

Dani Yimbo dijo...

Pues era una goleta, imagínese buques del tamaño del célebre Lorient o nuestros paisanos Hermenilgo y Real Carlos.