jueves

Cena a bordo del 'Goliath'

Frente al puerto de Rogerswick, el 11 de septiembre de 1808. En el Báltico.

Desde el alcázar he estado observando durante un buen rato la flota rusa anclada en el puerto de Rogerswick.
Navíos suecos y británicos continuamos con nuestra vigilancia, aunque todo parece indicar que el grueso de nuestra flota volverá a Karlskrona, nuestro centro de operaciones aquí, en el Báltico.

Fue precisamente allí donde establecimos contacto con nuestros barcos tras nuestro paso por el Estrecho de Dinamarca.
Nada más llegar, desde el HMS Victory largaron señal de que el capitán Puget y yo deberíamos de subir a bordo, lo que me produjo una gran satisfacción.
Pisar la cubierta del buque insignia es siempre motivo de alegría, y una vez fuimos recibidos con los honores a nuestro rango en la cubierta principal, no pude evitar dirigir una mirada lo más disimulada posible al lugar donde cayó abatido el gran almirante Nelson, ¡que Dios lo haya acogido en su seno!
Me sorprendió encontrarme con la mirada del capitán Puget, que estaba haciendo exactamente lo mismo, y ambos no pudimos evitar una sonrisa cómplice.

El mismísimo vicealmirante James Saumarez nos recibió en una cabina que nada tiene que envidiar al Palacio de Buckingham.
Estaba en compañía del capitán Hope, que fue el encargado de llevar las riendas de la conversación, poniendo al día al capitán Puget sobre el estado de su próximo mando, el Goliath. Al finalizar, le entregué los despachos y las cartas que traía desde Portsmouth, único momento en el que nuestro vicealmirante alzó su empolvada cabeza para darme las gracias.
Tras ofrecernos una copa de clarete y darnos la bienvenida, volví a la Circe, y a los pocos días poníamos proa al puerto de Rogerswick (en compañía de Victory, Mars, Goliath, y Africa), donde nos esperaba la flota sueca y nuestros navíos Centaur e Implacable.

En la misma noche de nuestra llegada el capitán Puget me invitió a cenar en su navío, en un encuentro que fue espléndido, en compañía de los capitanes Henry Webley y Byam, del Centaur y el Implacable respectivamente.
Y es que Puget había comentado a bordo del Victory con su primer oficial la acción de ambos a finales de agosto con un 74 ruso, el Sewolod, y ardía de impaciencia por que nos relataran los detalles de tan honorable combate.

Después de disfrutar de una exquisita bebida y no un menos magnífico vino (que viajó en la bodega de la Circe en cajas perfectamente cerradas), Byam nos contó cómo en plena noche avistaron al navío ruso cruzar por su popa, abriendo fuego ambos en un intenso reparto de hierro que se prolongó durante una hora y media, concluyendo con el arriado de bandera del Sewolod.
Desgraciadamente, la flota rusa se acercó a los nuestros para ayudar a su compañero, y sir Samuel Hood, con su insignia en el Centaur, ordenó alejarse, con el recuento de seis muertos (incluyendo el ayudante del piloto, Thomas Pickerwell) por parte del Implacable y 48 aproximadamente en el Sewolod.
Los intentos de tomar el barco fueron inútiles, ya que los rusos, con el almirante Hanickoff a la cabeza, fueron más rápidos para remolcar con una fragata su navío, que según Byam presentaba un aspecto lamentable. No obstante reconoció que seguía siendo una apetitosa presa.

La narración de la batalla fue mucho más extensa, sobre todo porque tanto el capitán Puget como yo no parábamos de preguntar por éste o aquél detalle, hasta que los ronquidos del capitán Webley nos obligaron a finalizar con la cena y volver cada un a su embarcación.

Una buena forma de comenzar por tanto esta aventura en el Báltico, y espero ser yo, en la próxima ocasión, el que relate una brillante victoria ante la atenta mirada de oficiales de mayor rango.

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