jueves

Sueños

En Marsella, el 23 de abril de 1809. En una habitación de la calle Le Panier

Siguen pasando los dias, y perdería la noción del tiempo si no fuera porque voy marcando muescas en este viejo escritorio conforme se pierde el sol por el oeste.
Además, dedicarle algún tiempo a este diario también me sirve para saber el día en el que vivo.

Pero sólo sé eso, una fecha. Nada más. Toda la información del exterior se reduce a mi joven carcelero, que balbucea algunas palabras en francés que no entiendo, seguramente fórmulas de cortesía mientras me trae algo de comer y retira el cubo con las inmundicias.
Alguna que otra vez me subo a la mesa y me pongo de puntillas para ver algo a través del pequeño ventanal de la habitación, pero sólo se puede distinguir la fachada de un edificio y se oye difuso el sonido del bullicio de la calle, lo cual me dice poco o nada.

A veces me pregunto si alguien se acordará de mí.
Obviamente se habrá conocido la noticia de mi apresamiento, más por la pérdida de una buena fragata de 40 cañones como es la HMS Proserpine que por un capitán de segunda categoría con pocos éxitos en su carrera.

Es mucho tiempo para pensar el que tengo, y a veces imagino a mis oficiales, los tenientes Byron y Lawyer, organizando junto al sargento de infantes de marina Basket e incluso mi viejo amigo el teniente James, la forma de liberarme. Me parece verlos con sus mejores galas, frente a la costa de Marsella, a bordo de un navío de Su Majestad esperando que caiga la noche para realizar una incursión nocturna y asaltar mi celda, brindando por mí y por el éxito de la misión.

También me gusta imaginar a mi querida Lively Caster llorando desconsolada al enterarse de la noticia, dándose cuenta de lo mucho que me ama y que estaba totalmente equivocada respecto a nuestro distanciamiento, y se pasa los días en Portsmouth, esperando que asome por el horizonte las gavias de mi barco, agarrando con fuerza el pañuelo de seda que le regalé, fruto de uno de mis botines de juventud.

También invento, con una sonrisa, que mi padre rescata del armario su viejo uniforme de almirante y que abandona Bedford para viajar hasta Londres y acudir, sable en mano y vociferando improperios, a las dependencias del Almirantazgo para exigirle al mismísimo First Lord un mando y una flota para ir al rescate de su querido hijo.

Pero son sólo eso, sueños, y los sueños, sueños son.
Mis oficiales estarán en sus respectivos destinos tratando de ganarse la aprobación de sus nuevos superiores, incluyendo por supuesto a James, que desde nuestro último encuentro, poco afortunado, habrá hecho todo lo posible por olvidar nuestra amistad, lo mismo que Lively, pero en los asuntos siempre agridulces del amor, sujeta quizás del brazo de otro hombre que satisfaga sus necesidades.
En cuanto a mi padre, no me cabe duda de que estará triste y apesadumbrado allá en su casa, junto a mi querida madre, impotente, añorando viejos tiempos y esclavo de las noticias, tanto las de Francia, con el cautiverio de uno de sus hijos, como las que llegan desde España, donde combate mi hermano William junto a los españoles para expulsar a los 'ranas' de la península.

De momento lo único que puedo hacer es lamentarme de mi suerte y esperar mi liberación, no pensar mucho en posibles y ser consciente de la auténtica realidad: mi solitario cautiverio.