viernes

Consejo de guerra

En Wood Fields, el 10 de septiembre de 1809. Portsmouth (Hampshire).

Hace dos días recibí la carta que tanto temía.
Tengo que viajar el lunes hasta Londres, donde me someterán a un Consejo de Guerra por la pérdida de la HMS Proserpine.
Tengo motivos para preocuparme.

Me enfrentaré a mis interrogadores, que me preguntarán por cada detalle, por mínimo que sea, sobre lo que ocurrió frente a la costa de Toulon, y tendré que mostrarme lo más convincente posible, dejando claro que vendí cara mi piel, hasta el final, y que el número de bajas a bordo fue lo suficientemente alto como para que el honor británico fuera equiparable al aumento de viudas en la madre patria.

Pero ante dos fragatas y con todo en contra, no me pareció oportuno sacrificar vidas, ni las que estaban a mi cargo ni las enemigas, por lo que en cuanto fui consciente de que no había mucho más que hacer, y que lo único que quedaba era combatir y dar paso a la carnicería, opté por arriar la bandera.
De este modo, si todo ocurre como me temo, será mi vida a cambio de (calculo) medio centenar de otras tantas, por lo que trataré de sonreír cuando cuelgue de la soga (cosa difícil, por lo que he podido ver en algún que otro ajusticiamiento).

Pero, y va a sonar muy derrotista, en estos momentos, ahora mismo, en esta fría noche, con mi cuarto lleno de sombras y la oscuridad que lo invade todo más allá de mi ventana, puedo decir que poco o nada me importa.
He llegado a una situación en la que puedo decir que no le encuentro sentido alguno a mi existencia.

Sin barco que gobernar, sin amigos con lo que conversar, sin una mujer a la que abrazar... Lo único que tengo son mis lamentaciones, que escribo en este diario que durante tanto tiempo ha soportado mis quejas, y puedo decir que estoy cansado, y que en más de una ocasión he pensado si no va llegando la hora de poner punto y final a todo.
Quizás sea la única respuesta a mis preguntas.