lunes

Un enemigo hecho de acero

Frente a Halifax, el 24 de septiembre de 1812

Mi diario. Mi mejor amigo. En este mundo de falsedades en donde nadie es quien dice ser, estas silenciosas hojas de papel se convierten en el mejor de los aliados a la hora de expresar mis sentimientos. Además, cuando yo ya no esté y se haya agotado mi último aliento, se convertirán en testigo mudo y revelador de lo que un día fui, de lo que realmente fui, si acaso he sido capaz de transmitirlo a través de mi pluma.

Aquí, en Halifax, vivo una nueva etapa en mi vida. Tras el tedioso bloqueo frente a Toulon, he cruzado miles de millas para seguir prácticamente con la misma rutina, pero con más frío y otro enemigo enfrente: los Estados Unidos.

Nuevas tensiones entre ambos países y nuestra querida patria que crea otro frente mientras 'Boney' se debilita por momentos en la vieja Europa con su guerra en España y su intento de conquistar la enorme Rusia. En ambos casos nuestro enorme potencial naval hará desequilibrar la balanza en nuestro favor, lentamente pero de forma inexorable.

A la HMS Circe la han destinado a estas aguas para reforzar el bloqueo en el Atlántico. De hecho, ayer mismo llegamos desde un largo viaje desde las Barbados escoltando un convoy de lentos cascarones que transportaban todo tipo de mercancías sin que se produjera incidente alguno, salvo alguna que otra vela en el horizonte que pronto desapareció.


Reconozco que pasé algún tiempo de angustia, sobre todo por las noticias que nos llegan de la principal amenaza yanqui en estas aguas: la USS Constitution. Se trata de un barco temible que, para nuestra sorpresa mayúscula, se ha cobrado la primera víctima entre sus filas, la HMS Guerriere.
Me relató el teniente Byron (que tiene un don para saber todo lo que ocurre en la flota) que el combate, brutal, se había desenvuelto pronto en favor del enemigo, que hizo tal destrozo que ni se molestó en llevar consigo su presa.
Además, según dicen, su casco es tan sólido que hay quién jura que es de acero, y que las balas disparadas desde la Guerriere rebotaban tras golpear sus franjas negras y blancas.

Por supuesto toda la tripulación está al tanto, y cada vez que veían asomar una mancha blanca más allá de las olas crecía un murmullo (incluso no pocos rezaban) que me obligó a pedirle al contramaestre que dejara bien visible el rebenque. 

Ahora he dejar de escribir, pesto que tengo que despedir a los capitanes de los mercantes y acabar con el papeleo antes de nuestra próxima misión.