viernes

Vuelta a Greenwich

En Dorset Street, el 25 de octubre de 1813. Londres.

Al disfrutar aún de mis días de descanso, decidí viajar a la capital, Londres, en donde he dedicado un par de días a caminar por la ribera del Támesis y por uno de mis lugares favoritos, los jardines del observatorio de Greenwich. He estado horas viendo pasar barcos de todo tipo y porte mientras imaginaba desde qué parte del mundo vendrían, o hacia dónde irían.

"He estado horas viendo pasar barcos de todo tipo y y porte"
No he podido evitar pensar en Lively, pues por aquí paseábamos cuando parecía que nuestras vidas
estaban ligadas para siempre. En un banco bajo un sauce una mirada; un roce descuidado de nuestras manos junto al estanque de los patos; la manzana acaramelada más dulce aún con ella cogida del brazo; la fragancia de la Dama de Noche cuando el sol comenzaba a ocultarse más allá de Whitehall; el sonido de un violín entre los árboles mientras bailábamos en la hierba. Una sucesión de recuerdos que se convertían en agujas incandescentes en la nuca.

¿Hacia dónde viajarán los barcos que surcan el Támesis? Pero la pregunta que a veces me obsesiona sin poder remediarlo es ¿dónde está Lively?
Reconozco que nuestros últimos encuentros, en nada poéticos y agradables, me han empujado de una forma sutil pero firme hacia una resignación que comienza a convertirse en hábito, en algo que no es forzado y que simplemente se convierte en asumir una realidad: ya no significo nada para Lively.
Trato de no pensar en ello en exceso. De hecho hacía mucho que no me castigaba de esa forma, pero eran demasiados los recuerdos que me asaltaban como astillas en cubierta durante una batalla para poder esquivarlas todas.

Pensamientos funestos que contrastaban con una alocada algarabía por las calles de Londres de regreso a mi pequeño hotel en Dorset Street.
De repente todo eran ¡hurras! sin que yo supiera aacertar el motivo, hasta que logré enterarme de la razón: Napoleón ha sido derrotado en Leipzig y se retira hacia Francia.
A la carrera y provocando la risa de algún transeúnte, llegué a mi club para conocer más sobre la batalla, pero los datos eran imprecisos. Según parece un potente ejército de la coalición se enfrentó al corso en Alemania, en donde reagrupaba filas tras sus fracasos en España y Rusia.
A pesar de que el número de sus hombres era inferior (se habla de cientos de miles de hombres en las filas aliadas) mantuvo contra las cuerdas a su enemigo todo lo que pudo y más, hasta que el propio desgaste de hombres le obligó a volver hacia Francia, en donde acabará todo.
"Le obligó a volver a Francia, donde acabará todo"

¿Buena o mala noticia? Qué duda cabe de que me alegro por todos aquellos que volverán a encontrarse con los suyos y de los que dejarán de sufrir, que serán millones.

Sin embargo, soy un hombre de guerra que sin guerra no tiene sentido, y por mucho que el sufrimiento ajeno y el dolor tendrán su punto final cuando Napoleón arríe su bandera, no puedo dejar de pensar que cuál será la utilidad de un mosquete que no ha de disparar.

Reflexiones a altas horas de la noche a la luz de una pequeña vela en un escritorio de Dorset Street.

jueves

Vuelta a casa

En Wood Fields (Portsmouth), el 10 de octubre de 1813

Paz. Paz absoluta. Tras meses oyendo el silbar del viento en la jarcia, el crujir de las cuadernas, los gritos del contramaestre, los ronquidos de la tropa y el sempiterno tañido de la campana de guardia, me relajo al son del canto de los pájaros, a la vista de las suaves colinas verdes de fondo y no las olas de un mar infinito. Estoy en casa.

Disfruto de unos días de descanso tras haber acabado por fin con la larga y tediosa campaña de bloqueo al otro lado del Atlántico, a la espera de nuevas órdenes para continuar con una guerra que, a mi juicio, va llegando a su fin.

Con el mar en nuestras manos, Napoleón, el gran estratega corso, va cediendo terreno ante el avance aliado. Su alocado empeño de tomar Moscú fue su sentencia. Lo consiguió, sí, pero a costa de miles y miles de bajas, de hombres que cayeron ante las espadas curvas de la temible caballería cosaca y, en la mayoría de los casos, por el invierno que diezmó el ejército en su retorno.

Una división de fuerzas, dos frentes, que han sido fundamentales para que su presencia en España haya prácticamente acabado tras años de constante desgaste en los inmensos campos de maíz o en los sombrío picos montañosos del norte, con millares de franceses degollados y asesinados a traición por un pueblo que no perdona ni perdonará los hechos trágicos de Madrid de hace cinco años.

Precisamente hace un par de semanas recibí una carta de mi hermano William, que ha tomado parte en la campaña española con la caballería del general Rowland Hill y que fue protagonista directo de la Batalla de Vitoria, la cual ha supuesto la práctica expulsión de las tropas francesas de España, lo que creo que es la puntilla definitiva para 'Bueno en Parte', que tendrá que defenderse ahora a base de mosquetes en su propio país.

William, que durante esta campaña ha alcanzado el rango de teniente, a pesar de que no se prodiga en escribirme, sí fue extenso en este caso, a buen seguro consciente de que su gloria eclipsa, con mucho, las escaramuzas a bordo de mi barco que no quedarán reflejadas ni en libros ni en cuadros.

Transcribo lo más interesante de su carta:

"(...) Apenas había amanecido cuando cargamos contra las defensas francesas. Hill nos había ordenado atacar los Altos de la Puebla, y allá fuimos con decisión, primero la tropa y después mis hombres y yo, sable en mano y vivas al Rey a voz en grito.
El combate fue espeluznante. Llegó un momento en que la sangre enemiga me llegaba hasta el hombro y apenas lo sentía del cansancio. Sólo oía el grito de unos y otros en una locura de sangre y polvo, y para cuando los 'ranas' comenzaron a huir despavoridos apenas tuve fuerzas de celebrarlo. Lo único que quería era beber agua y descansar, pero no había un minuto que perder.

Alcanzamos el pueblo de Subijana, y nos disponíamos a continuar con nuestro avance cuando el fuego de artillería de la 4ª División de Conroux nos obligó a mantener la posición tras provocar una auténtica carnicería entre nuestros hombres.


Ese paso estaba cortado y el general Hill optó por mantener su sección ante un posible contraataque francés, ordenándome que junto a medio centenar de hombres volviéramos sobre nuestros pasos para reforzar el centro de nuestro frente, en donde en ese momento se producía el combate más intenso, tal como indicaba el reguero de heridos que encontrábamos a nuestro paso: imágenes de pesadilla, el horror de la guerra en su esplendor, todo sangre y lamentos de cientos de gargantas desesperadas. 


La escena ahí era dantesca. Combates cuerpo a cuerpo en medio del barro por la cantidad de sangre derramada en el suelo. Apenas se distinguían los uniformes y, pese a que en ese momento nuestro número era superior, los franceses combatían con una fiereza y un orden que explicaba el por qué de su dominio en el continente durante tantos años (...)".



(...) Parecía que no iba a llegar nunca pero el frente francés se desmoronó por el centro. El enemigo comenzó a retirarse, sin orden, incluso arrojando muchos sus armas, mientras los españoles y los aliados portugueses cargaban al degüello y yo trataba de mantener la formación de mis hombres por si se tratase de una estratagema. 


Y lo vi. Conforme los miles de uniformes azules se abrían ante nosotros como el Mar Rojo ante Moisés, justo en el centro el alto mando francés trataba de recomponer inútilmente filas y una berlina lujosamente adornada comenzaba a avanzar hacia el norte a toda prisa.
Cargamos al galope al son de la corneta, y tal era el retumbar de los cascos sobre la tierra y el grito de nuestros hombres que su distinguido ocupante se bajó de inmediato, agarró uno de los caballos que le ofrecía un húsar francés y huyó despavorido escoltado por su guardia personal.

Habríamos emprendido la persecución pero, y de esto se ha avergonzado hasta el mismísimo general Wellesley en la copa que tomamos todos los oficiales para celebrar la victoria, la tropa se lanzó como alimañas sobre los carros de transporte que escoltaban la berlina. Y es que, para nuestra sorpresa, estaban repletas de joyas y piezas de arte de un valor incalculable, por lo que primero con nuestras fustas y en algunos casos extremos con los sables, hicimos lo que pudimos para evitar semejante expolio (...).

¡Menuda historia! He pasado toda la mañana leyendo la carta varias veces mientras disfrutaba de un dulce oporto. Según parece José Bonaparte huía de España con todo el tesoro que pudo conseguir, pero no contaba con que miles de hombres se lanzarían sobre él de semejante manera.
Lo peor de todo es que fue tal el desorden que se produjo que miles de franceses huyeron al sur de Francia, por lo que a buen seguro en breve estarán disponibles para seguir combatiendo contra nosotros.

Con el mar en nuestra posesión y los franceses derrotados en España y huyendo de Rusia, no me cabe duda de que en breve esta larga guerra llegará a su fin, lo que por otra parte supondrá un quebradero de cabeza para los oficiales de marina que estamos ahora mismo de servicio y que no tendremos un ingreso garantizado en futuras fechas.

Pero no quiero pensar en ello. No de momento. Lo único que quiero es seguir sentado aquí, disfrutando del aire fresco, del oporto y del canto de los pájaros. En paz.