martes

Fantasmas

En Gibraltar, el 23 de junio de 1815

Siempre que regreso a Gibraltar siento una sensación agridulce en mi interior. El recuerdo de la muerte de mi amigo Peter es lejano, pero igualmente doloroso.
Cuando la Circe echa el ancla, mi imaginación me juega malas pasadas y creo verlo de pie en su falúa, con esa sonrisa de pícaro en la cara y la alegría en los ojos de volverme a ver. 

Pero no. 
Peter está muerto. Sólo es producto de mi imaginación, y nadie viene a recibir al Capitán Daniels, al menos nadie que no lo haga únicamente por un mero formalismo burocrático.

En esta noche con luna llena, el silencio es total. Hace un momento, en el alcázar y bajo un manto de estrellas que no eclipsaban las luces de la ciudad, pensaba en los fantasmas. No esos que vagan por los salones de antiguos castillos perdidos en bosques. No. Fantasmas del pasado, personas que no hace tanto parecían imprescindibles en mi vida, y que a día de hoy son sólo eso, fantasmas, seres difusos, irreales e intangibles.


"En esta noche con luna llena el silencio es total"

Amistad y amor ¡Que armas tan poderosas! Ambas capaces de convertirte en un héroe invencible, o en el más mísero de los villanos.

Hace unas semanas, en mi 36 cumpleaños, me sentí más solo que nunca. 
No hubo celebraciones, sólo la soledad del capitán, rodeado de muchos y acompañado por nadie, sin regalos ni pasteles, únicamente una solitaria comida y un silencioso brindis con mi reflejo en el cristal del ventanal de popa.

Nostalgia, un enemigo casi invencible, más duro que un navío de tres cubiertas con gente brava a bordo que se niega a arriar la bandera a pesar de que la sangre chorrea por los imbornales, y su potencia de fuego se ha reducido a algún cañonazo solitario poco efectivo, pero la única voz que se eleva para protestar ante la derrota.

Pasear por las calles de Gibraltar es un sabor agridulce constante. La dulzura de los buenos recuerdos, correteando y estrenando flamante uniforme de guardiamarina con compañeros que prometían amistad para toda la vida; o charlas en donde decidíamos el futuro de la guerra Peter y yo mientras disfrutábamos de un fresco vino dulce español a la luz de las estrellas; el contraste es el conocimiento de que nada de esto volverá, de que la vida y la amistad son etapas, y que quién sabe si las mejores de ellas no regresarán jamás.

Pensamientos demasiado profundos a estas horas de la noche, un ataque de melancolía de este capitán que ayer trataba de poner su mejor cara mientras los oficiales nos reuníamos a bordo del Goliath para festejar la derrota (quizás la definitiva) de Napoleón en Waterloo (Bélgica).

El gran corso se enfrentó, cuentan, ante ingleses, prusianos y todo el que se le puso por delante en una batalla terrible en donde murieron miles y miles de hombres hasta tal punto que el general Wellesley, ahora conocido como Duque de Wellington, quedó tan horrorizado que aseguró que lo único tan triste como una batalla perdida puede ser una batalla ganada.


"(...) lo único tan triste como una batalla perdida, es una ganada"

Tras beber lo que no cabría ni en un barril, abandoné la fiesta tratando de mantener la compostura sin éxito, tropezando hasta mi bote, en donde perdí la conciencia hasta que me desperté esta mañana en mi cama y con la ropa de dormir, perfectamente aseado y con el café caliente en mi mesa.

En estos momentos espero órdenes. De nuevo la guerra se acaba y el futuro es incierto.
Yo sólo quiero navegar, sentir en mi cara el aire fresco y la espuma del mar. 

Lo demás no me importa.
Al menos deseo que no me importe. 


miércoles

Regreso a bordo

En Portsmouth, el 3 de junio de 1815. A bordo de la HMS Circe.

El mundo gira. Todo vuelve. Es un hecho que marcha la condición esférica no sólo de nuestro mundo, sino también del Universo. Si partes de un punto, es probable que tras una extraña travesía vuelvas al mismo punto de partida.

Hace meses me veía fuera de la Royal Navy, retirado en mi casa de Wood Fields tras mi accidente en aguas del río Adour cuando intentábamos asaltar Bayona para continuar con la marcha de nuestro ejército hasta París.

De eso han pasado ya meses y días de sufrimiento, en cama, debatiéndome entre la vida y la muerte. Una vez superada esta última, apenas podía valerme con dificultad por mí mismo, un anciano prematuro en mi hogar, abandonado por casi todos (menos mi fiel criado, Vincenzo) y viendo pasar el tiempo con impotencia y frustración.

Pero cual ave fénix vuelvo a estar en forma. Paseos por el campo, baños de sol y aire fresco, sintiendo cada vez menos dolores en mi dañada espalda han servido para verme, a día de hoy y contra todo pronóstico (empezando por mí), en el cabina de la HMS Circe, escribiendo en mi diario en una pausa de la revisión de los documentos sobre el aprovisionamiento de agua y pólvora.

Aunque cobraba mi pensión por oficial retirado, todo cambió cuando saltaban todas las alarmas debido a una noticia que recorrió toda Europa, de norte a sur y este y oeste: la huida de Napoleón de su 'prisión' en la isla de Elba, concretamente en febrero.

Las fuerzas aliadas, que prácticamente habían vuelto a romper sus alianzas y retirado sus tropas y flotas de los principales escenarios de guerras y batallas, han puesto de nuevo toda la 'carne en el asador', sobre todo porque Napoleón llegó a Francia de forma triunfal, con cientos de miles de hombres a su servicio, incluyendo los de su antiguo mariscal de campo, Michel Ney, que salió a interceptar al corso pero que se encontró con la fidelidad de sus hombres al emperador.

Es por eso que la Royal Navy ha vuelto a lanzar sus barcos al mar, y a la HMS Circe se la ha destinado a labores de apoyo en el puerto de Brest. A mi juicio, muy personal, es poco menos que una tontería, ya que a 'Bueno-en-parte' no le queda flota que comandar, con sus mejores navíos en puerto, llenos de carcoma y de rincones silenciosos. 
"(...) de nuevo en la cabina de mi querida Circe (...)"
Pero toda excusa es buena para volver a disfrutar de la brisa marina, de la espuma en la cara y del viento en la jarcia.
Me siento como un guardiamarina en su primer destino, tanto que apenas he sufrido dolor al escalar hasta cubierta desde la falúa, siendo recibido con todos los honores por mis hombres, muchos de ellos antiguos tripulantes.

De nuevo en la cabina de mi querida Circe, no he podido dejar de acariciar sus viejas maderas como si terciopelo se tratase y he mirado extasiado por el ventanal el puerto de 'Pompey' como si del mismo paraíso se tratase, extasiado ante el panorama de naves de todo tipo y porte, un manto de madera y agua.

Quizás todo se trate de una cortina de humo. La guerra no será larga y por tanto mi futuro como capitán de navío es incierto. 
Más allá de las colinas me aguarda la soledad de mi casa de Wood Fields, en donde nadie me espera en el dintel de la puerta, con un buzón vacío de cartas inexistentes de amores y amigos que se esfumaron en la bruma del atardecer de la vida en la que me encuentro.

Pero la vida, y la felicidad, es un momento, y éste, a bordo de mi barco, es el mío, y ya nada ni nadie me lo arrebatará.