lunes

La calma tras la tempestad

En Wood Fields (Hampshire), el 28 de octubre de 1814

El regreso a casa siempre sirve para despejarle a unos las ideas. Tras la tormenta llega la calma, decimos los hombres de mar, y bien es cierto que he creído en algunas travesías que la fragata se iba a partir por la mitad, y a la mañana siguiente el mar estaba tan en calma que uno de verdad se llegaba a preguntar si había vivido simplemente una pesadilla.

Esta mañana me he dado un paseo reparador. Aunque me muevo con dificultad y los dolores son intensos y agudos, tengo comprobado que es peor estar un día entero en cama rumiando mi angustia que tomar el bastón y pasear cuando el sol comienza a emerger. A la noche el dolor sigue siendo intenso, pero el haber disfrutado del aire libre hace que todo se vea diferente: se siente uno más vivo, por decirlo de alguna forma.

Sí, sé que había decidido dejar de escribir en mi diario. Pero como he dicho bastan unos días de calma y sosiego para reconciliarse un poco con la vida, sobre todo porque el escribir se convierte en poco menos que una necesidad, con este diario como un amigo paciente y que sabe oír, que no te juzgará por tus actos y te abandonará ante la oferta de un mejor postor.

Y es que estos días de paseos y reflexiones también sirven para que uno sea verdaderamente consciente de que las relaciones humanas en la sociedad dependen, en su mayoría, del grado de conveniencia del momento, y el que hoy se muestra como tu mejor aliado mañana pasará al lado de tu lápida sin mutar el gesto.

"(...) continúo en la soledad de mi retiro (...)"

Tras mi grave accidente y mi estancia en mi casa mientras me recupero de mis lesiones, el único que me acompaña es Vincenzo, que incluso es capaz de abandonar (temporalmente) a su familia mientras me acompaña en estos momentos en donde, todavía, no puedo valerme por mí mismo para acciones de lo más cotidianas como es el darse un baño.

La lista de personas que pueden decir que son o han sido mis amigos es larga, pero entre la distancia, las afrentas reales e inventadas, y decisiones egoístas como escribía antes, me han llevado a ser plenamente consciente de la futilidad de las promesas.

De este modo continúo en la soledad de mi retiro, leyendo las historietas del Weekley Meseger que me envían desde Londres para entretenerme, lejos de los temas más trascendentales, como la guerra y la política. 
Por supuesto tampoco me olvido de continuar las prácticas con mi fagot, momento que siempre aprovecha Vincenzo para ausentarse y podar así las flores del jardín.

Un intento de reconciliarme con la vida, a la espera de lo que me depare el incierto futuro, por ahora, lejos de las olas y vientos del mar.